Todos hemos sentido ansiedad en algún
momento, la incertidumbre del futuro y el miedo a lo desconocido
pueden provocarla, pero, ¿qué pasa cuando la ansiedad se vuelve
parte de nuestra vida diaria?, ¿cuándo es tan fuerte que no se
puede pensar en otra cosa?, ¿cuándo se vuelve incapacitante y no
nos deja realizar ni las actividades más simples y básicas?, de
esto se trata esta reflexión, escrita desde mi propia experiencia
como psicóloga y para quienes dia a dia libran una batalla contra la
ansiedad y el pánico.
Pero empecemos desde el principio, la
ansiedad puede sentirse de muchas maneras dependiendo cada persona,
algunas la describen como nerviosismo, otras sienten temblores en
brazos y piernas, otras padecen insomnio, pero lo que es cierto para
todos es que es una sensación bastante desagradable que nubla la
mente y trastorna el cuerpo, cuando esta angustia es llevada a su
punto máximo en tiempo e intensidad puede convertirse en un
trastorno de ansiedad generalizada o incluso a un trastorno de
pánico.
Quienes padecen alguno de estos
trastornos sabrán a que me refiero cuando digo que son realmente
incapacitantes y es aquí por donde quisiera comenzar a relartar un
poco como fue mi experiencia con pacientes con estas
características, esperando que sirva a otros para aprender del tema
pero sobre todo para que sepan que no están solos, son muchos los
que han pasado por estos trastornos y si hay salida, aunque en
algunos momentos pareciera que no la hay y que las cosas solo pueden
empeorar, sepanlo: se puede salir adelante, se puede disfrutar de
nuevo y salir victorioso de esta batalla.
El relato de una paciente con trastorno
de pánico comenzó mas o menos así:
“Cuando tuve mi primer ataque de
pánico no sabía que me pasaba, pensé que estaba enferma o que iba
a desmayarme, me sentí mareada, temblorosa y muy angustiada, para
desgracia mía no era una sensación que no volvería a sentir, de
hecho, a partir de este momento se repitió (y a veces continua
haciéndolo) tantas y tantas veces que logré acostumbrarme a ella,
la conocía a la perfección y al parecer ella a mí, ya que siempre
se hacía presente en los momentos más inoportunos sin darme
posibilidad de deternerla”
Seguramente se estarán preguntando
cómo se sentía ella en estas ocasiones, cuándo sucedía y porqué,
la realidad es que aunque trataré de explicar lo mejor que pueda la
sensación, para cada uno es diferente, los síntomas y la intesidad
varían de persona a persona e incluso en uno mismo.
Antes de llegar a un ataque de pánico
como tal, siempre es necesario pasar por una etapa previa de angustia
o ansiedad “light”, es decir, uno se siente nervioso y preocupado
pero el miedo y los síntomas físicos todavía no se hacen
presentes, esta etapa puede durar días o incluso solo minutos y es
un presagio de lo que viene. Cuando el ataque de pánico llega, se
pueden sentir y pènsar muchas cosas, si han pasado por esto
seguramente se sentirán identificados por alguna de las siguientes:
miedo a perder el control, miedo a morir o perder el conocimiento,
mareo, temblores, sudoración, palpitaciones, falta de aire,
desesperanza, desesperación, vómito, diarrea, entre muchas muchas
otras cosas.
Lo cierto es que nadie se ha muerto por
un ataque de pánico y cuando termina, todo vuelve a la normalidad
sin dejar casi ninguna huella, como consuelo para quienes los han
padecido, les diré que por mucho que se repitan y muy intensos que
sean, no les harán daño ya que solo están en nuestra mente y en
realidad no nos está sucediendo nada.
Lo incapacitante de estos trastornos es
que uno vive con el miedo de qué pasará si vuelve a presentarse una
crisis, ¿qué tal si no hay nadie para ayudarnos cuando suceda?,
comenzamos entonces a preocuparnos demasiado por el futuro y a
pensar: ¿y si me sucede en la calle, cuando voy manejando, o que tal
mientras me baño, en una tienda, en la escuela o el trabajo?
Respuesta a corto plazo de la mente
ante estas interrogantes: “deja de hacer cualquier cosa que te de
miedo de repetir una crisis” y por consiguiente, cada vez se limita
más y más nuestra lista de actividades “no riesgosas” y es así
como se vuelve incapacitante y termina fulminando nuestra voluntad y
buen humor.
Pero no todo es tan malo, se puede
revertir el daño, se puede salir adelante, pero no es un proceso
fácil ni rápido, ya se los iré contando en próximos artículos.
¿Te has sentido alguna vez así?
¿Tienes dudas o comentarios al respecto? Te escucho, e intentaré
darte la mejor respuesta posible, juntos somos más fuertes.
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